sábado, 29 de marzo de 2025

Dimensiones - Salud mental holística

  Por Uriel Escobar Barrios, M.D.

La salud mental no es un territorio exclusivo de la Psicología, la Psiquiatría o de las denominadas ciencias de la mente (Neurociencia, Filosofía, Antropología, Lingüística e Inteligencia Artificial). Aunque

los especialistas en el funcionamiento cerebral son indispensables para abordar trastornos específicos, reducir el bienestar psicológico únicamente a lo biomédico es un error.

La realidad es más compleja: una mente sana es el resultado de una intrincada red de factores genéticos, sociales, culturales y ambientales que interactúan entre sí. Históricamente, las sociedades han entendido la salud mental de maneras muy distintas. En la Grecia clásica, por ejemplo, la melancolía se atribuía a un desequilibrio de los humores corporales; en el Medievo, a influencias espirituales. 

Hoy, pese a que la ciencia ha avanzado, seguimos simplificándolo: pastillas para la tristeza, terapia para la ansiedad. Pero, ¿qué pasa con el aire contaminado que respiramos? ¿O con las ciudades diseñadas sin pensar en consecuencias de estrés y aislamiento? A propósito de esto último, cabe anotar que la arquitectura de los espacios urbanos influye directamente en nuestro estado emocional. Ciudades grises, sin áreas verdes, con tráfico caótico, generan ansiedad y agotamiento. En cambio, entornos con luz natural, parques y diseños que fomentan el contacto comunitario protegen la salud mental. En Japón, están recomendando una práctica terapéutica sumamente poderosa: el shinrin-yoku o los baños de bosque, que consiste en pasear por un bosque para mejorar la salud mental y física.

Los determinantes culturales son igual de cruciales. En sociedades donde el éxito individual se venera por encima del bienestar colectivo, la soledad y la depresión crecen. El hikikomori japonés (jóvenes y adultos sin ningún contacto interhumano durante años) o la epidemia de opioides en Estados Unidos son una muestra de cómo los valores sociales pueden enfermar. Por el contrario, culturas que priorizan la conexión humana —como muchas comunidades indígenas— tienen menores tasas de depresión. 

No es casualidad: el apoyo social actúa como un amortiguador del sufrimiento psicológico. Factores físicos como la contaminación también impactan la mente. Estudios vinculan la polución con mayores tasas de alzheimer, depresión y ansiedad. ¿De qué sirve tratar a una persona con antidepresivos si continúa inhalando toxinas diariamente? Del mismo modo, la alimentación, la calidad del sueño (alterada por el ruido urbano o la luz artificial) moldean la salud mental. La Psiquiatría es una pieza del rompecabezas, pero no puede compensar un entorno hostil.

Para construir una sociedad mentalmente sana, se necesitan políticas públicas que integren: urbanismo humano, a través de ciudades caminables, verdes y comunitarias; una cultura preventiva, con educación emocional desde la infancia; un medioambiente protegido, que tenga aire limpio, acceso a espacios naturales; equidad social, pues la pobreza y la desigualdad son caldo de cultivo para el malestar psicológico. La salud mental no es solo cuestión de neuronas: es un reflejo del mundo que hemos creado. Y cambiarlo requiere más que terapias y pastillas; exige repensar cómo vivimos. www.urielescobar.com.co

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