Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
La sociedad se encuentra en crisis. Esta afirmación tiene como sustento algunos indicadores que han presentado organismos internacionales sobre fenómenos como la distribución de la riqueza, el
hambre, las guerras, la soledad del individuo y los mecanismos que este utiliza para evadirse de una realidad que percibe como poco gratificante: conductas suicidas y comportamientos adictivos, por solo mencionar algunos de ellos.El gran desarrollo en todos los niveles que ha alcanzado el ser humano se supone que debería estar al servicio del bienestar del colectivo. Sin embargo, es evidente que hay una profunda incertidumbre que recorre a toda la sociedad, lo cual pone en peligro su continuidad en el planeta.
Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la salud mental, alrededor de 450 millones de personas en el mundo sufren de trastornos mentales o neurológicos, una de cada cuatro personas experimentará un problema de salud mental en algún momento de su vida, 800 mil personas se suicidan cada año, alrededor de 269 millones consumen drogas. ¿Por qué hemos llegado a tener estos indicadores que reflejan el grave deterioro de la calidad de vida de los individuos y las sociedades?
Son muchos los factores, pero uno de gran relevancia ha sido la forma en que se relacionan las personas entre sí; esta parece ser la causante de la gran mayoría de los problemas que padece la civilización actual. El ser humano ha olvidado aplicar en su vida principios y valores fundamentales que le permitan no solo su bienestar personal, sino el colectivo. ¡El uno es imposible sin el otro!
Cuando se vive de manera egoísta, con el afán de alcanzar las metas personales, aunque para ello se vulneren los derechos de los demás; cuando se explota al otro, que se tratan de saciar las ansías de poder y no se aceptan las diferencias, el resultado es este que estamos observando. ¿Qué hacer entonces? Volver a lo esencial. Reconocernos como lo que realmente somos: parte de una misma familia, la familia humana global, en cuyas relaciones deberían predominar los valores de hermandad, fraternidad, solidaridad, servicio y preocupación por el otro, que es mi semejante.
Volver a lo esencial implica observar y aliarnos con los principios que rigen la ley natural: respeto a la vida, a la libertad, la justicia, la solidaridad y la búsqueda del bien común. El filósofo griego Aristóteles (384 – 322 a.C.) planteó que la ley natural es un fundamento universal, inmutable, intrínseco y objetivo que rige el comportamiento humano, basado en la razón y la naturaleza.
El conocimiento y puesta en práctica de los cinco principios mencionados permite establecer lo que es justo y equitativo en el actuar humano. La filosofía estoica iniciada por Zenón de Citio (334 – 260 a.C.) sostiene que hay una razón implícita en el funcionamiento del cosmos del cual los humanos hacemos parte y no la podemos contravenir, porque finalmente nos pasa cuenta de cobro, que en este caso es la disfunción, el caos, la guerra y la autodestrucción, escenario que estamos viviendo: una civilización enfrentada a una profunda crisis moral y ética. www.urielescobar.com.co
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