Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
El ser humano puede ser considerado como un universo completo que tiene expresiones en diferentes dimensiones: en lo físico, lo mental, lo emocional, lo ecosocial y lo espiritual. Esto significa que si sucede alguna disfunción, novedad o enfermedad en cualquiera de ellas, se altera el ser total.
Este concepto no es nuevo; de hecho, las más antiguas ciencias de la curación conocidas por la humanidad, como el ayurveda (medicina tradicional de la India), que se originó aproximadamente hace 4000 años, o la medicina tradicional china, que comenzó a conocerse hace unos 1400 años a.C., se fundamentan en el concepto de unidad. Veamos las similitudes: para el ayurveda, la enfermedad está causada por un desequilibrio de la fuerza vital del cuerpo (el prana); para la medicina tradicional china, la energía vital del cuerpo (chi o qi) circula a través de canales llamados meridianos, que están conectados a órganos y funciones corporales, y por esta razón las actividades mentales, emocionales, fisiológicas o sociales son expresiones de este principio vital.
Por su parte, la medicina occidental en sus orígenes también le daba plena importancia a que el ser fuera considerado para el tratamiento de sus enfermedades como un todo y no como la sumatoria de sus partes; Hipócrates de Cos (460 – 337 a.C.), a quien se le cataloga como el iniciador o padre de esta medicina, sostenía que la curación natural podía obtenerse por medio del reposo, una dieta adecuada, aire fresco y limpieza corporal.
En las investigaciones de los denominados enfoques holísticos de la medicina (energética, integral, del estilo de vida, mente/cuerpo, psiconeuroinmunoendocrinología) se ha llegado a una conclusión, aceptada en la práctica del ejercicio médico occidental: existe una relación inseparable entre pensamiento, cuerpo, emoción y síntoma.
Se ha encontrado que cuando una persona tiene un pensamiento negativo durante un minuto seguido, el sistema inmunitario (el encargado de ayudar al cuerpo a combatir infecciones y otras enfermedades) disminuye su funcionamiento defensivo durante 5 horas. Imagine usted, amable lector, si estas emociones negativas se prolongan a lo largo del tiempo, el grave riesgo al cual queda expuesta una persona de contraer cualquier enfermedad que altere el funcionamiento en alguno de los cinco elementos mencionados al inicio de este artículo.
En síntesis, las emociones negativas (miedo, tristeza, ira, asco, rechazo, vergüenza) cuando se constituyen en una pauta habitual del funcionamiento de la persona son uno de los principales factores para enfermarse; en cambio, las emociones positivas (alegría, humor, amor, felicidad), ayudan a recuperar la salud y la armonía.
El reto es aprender a reconocerlas, bien sean negativas o positivas, y tener la capacidad de regularlas y gestionarlas adecuadamente para ponerlas al servicio del desarrollo integral del ser; así, tener una vida plena y llena de sentido en un mundo con cada vez mayores exigencias para todos los que lo habitamos en este momento específico del desarrollo evolutivo como especie. www.urielescobar.com.co
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