Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Comprender la relación que existe entre la mente y el comportamiento de una persona y la manera cómo se percibe a sí misma y al entorno es uno de los retos más importantes que se han planteado investigadores
en muchas disciplinas de las ciencias formales (naturales, humanas o sociales) a lo largo de la historia del desarrollo de la civilización.Un acto en apariencia tan sencillo como sentarse frente a un ordenador y tratar de producir unas ideas para compartir con otros seres humanos implica una serie compleja de mecanismos que permiten que este propósito se convierta en una realidad. Se necesita, en general, que el autor ejercite funciones como pensar, razonar, recordar, imaginar, sentir y, como telón de fondo, la voluntad y el deseo de producir un material con un fin egoísta como el reconocimiento social, o un fin algo más altruista como cumplir una misión de servicio a los demás, o, también, una combinación de ambas, teniendo en cuenta las complejidades psíquicas y motivacionales de cada individuo.
En el caso que menciono juega un papel fundamental una facultad que el ser humano ha desarrollado a lo largo de un proceso evolutivo de unos 2.5 millones de años, con el surgimiento de la especie denominada Homo habilis, que comenzó a utilizar herramientas que le permitieron no solo mejorar las condiciones de supervivencia, sino ampliar sus posibilidades de transformar el entorno: la mente.
La mente es un concepto que implica, como mencioné anteriormente, una serie de mecanismos, como la cognición (atención, percepción, memoria, pensamiento, lenguaje), la emoción, la conciencia, la voluntad, la imaginación y la creatividad. El avance acelerado que en los últimos años ha tenido la investigación científica, en especial las neurociencias, ha permitido conocer que existe una base neurobiológica y neuroquímica que permite el funcionamiento de los procesos mentales.
De manera general se ha encontrado que los lóbulos cerebrales tienen un mayor protagonismo en ciertas funciones, por ejemplo, el lóbulo frontal, en la atención, el lenguaje, el autocontrol, el pensamiento abstracto; el parietal, en la orientación, el cálculo y el lenguaje simbólico; y el temporal, en el gusto, el olfato, la memoria y la comprensión del lenguaje. Conocer sobre la estrecha relación entre el cerebro y la mente ha permitido una mejor comprensión de comportamientos individuales y colectivos que antaño se encontraban en el oscuro dilema de las suposiciones y muchas veces de prejuicios.
Un hallazgo científico relativamente reciente ha permitido aportar un entendimiento aún mayor acerca de esta fascinante interacción cerebro-mente: la plasticidad cerebral. ¿A qué se refiere este concepto? A la capacidad que tiene el cerebro para adaptarse y cambiar a lo largo de la vida, dependiendo del aprendizaje y de la exposición a diferentes estímulos que pueden ser controlados por el propio sujeto.
Se puede afirmar, entonces, que la persona puede influir en el deterioro o en la mejoría de la salud de su cerebro a través de acciones específicas. ¡Fascinante el campo de posibilidades que pueden ser utilizadas para mantener un cerebro y una mente saludables y al servicio de los más nobles ideales personales y colectivos! www.urielescobar.com.co
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