Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Cambiar formas de pensar y de relacionarse consigo mismo y con los demás sí es posible. Algunas escuelas psicológicas siguen exponiendo preceptos que ya deberían estar superados por el conocimiento exponencial que han aportado disciplinas científicas como la mecánica cuántica, las neurociencias y las llamadas ciencias de la mente.
Estas escuelas pregonan el determinismo del ser humano, lo cual quiere decir que el comportamiento pasado, presente y futuro de una persona está fijado y condicionado por las enseñanzas, los aprendizajes y la manera cómo los ha experimentado, lo que le produce una marca indeleble que lo acompañará por el resto de su existencia.
Los terapeutas que se identifican con esta corriente conciben la enfermedad psíquica como una resultante de vivencias traumáticas o de vacíos en la formación de la estructura de la personalidad, y como consecuencia de ello el tratamiento es desenredar los ovillos generadores de conflictos. De allí a considerar que todos los individuos, sin excepción, tienen algún tipo de trastorno solo hay un paso.
Esta tendencia es tan dominante en las investigaciones científicas, que los dos grandes manuales que clasifican las enfermedades o trastornos mentales no son más que un recuento de síntomas, que sumados en sus criterios terminan diagnosticando y rotulando a una persona.
Lo que se podría llamar como nuevos enfoques de la psicología -teniendo en cuenta las más recientes investigaciones- conciben al ser no como algo rígido o estanco, sino como un potencial de transformación permanente. Por ese motivo, quienes trabajan en esta línea no se consideran terapeutas que tienen el conocimiento sobre cómo deben actuar las personas; más bien, son acompañantes del proceso en el cual el individuo se encuentra consigo mismo y logra la sanación.
Desde los fundamentos de la psicología profunda esbozados por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875 – 1961), pasando por los aportes de la psicología humanista y de los conceptos de autorrealización expuestos por el psiquiatra estadounidense Abraham Maslow (1908 – 1970) y llegando a los más recientes estudios sobre psicología positiva del psicólogo también estadounidense Martín Seligman (1942 - ), se ha ido construyendo una visión más optimista sobre el ser humano y las grandes posibilidades que tiene en su lucha contra los estresores a los que se encuentra sometido por parte de la civilización actual.
El nuevo paradigma, respaldado por un número cada vez mayor de investigadores, psicólogos y psiquiatras clínicos, tiene como eje fundamental al individuo. Este tiene dentro de sí mismo un potencial que puede despertarse para ponerlo al servicio de su autoconocimiento y, también, para enfrentar las contingencias a las cuales se encuentra expuesto de manera cotidiana.
Sin embargo, algo mucho más profundo y esperanzador es que ese potencial puede contribuir a sanar cualquier tipo de enfermedad del cuerpo o de la mente. Reconocer esta fuerza y aprender a desarrollarla es el reto de las nuevas modalidades terapéuticas. www.urielescobar.com.co
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