Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
El título de este artículo es retador, porque la primera pregunta que haría un lector desprevenido sería: ¿Es posible vivir bien en una civilización como la actual en la cual hay tantas incertidumbres, desigualdades, violencias, discriminación? La respuesta a esta
inquietud se puede argumentar con una mirada histórica: desde que se conocen los primeros vestigios de las sociedades humanas, siempre ha habido enfrentamientos, guerras, luchas por el control territorial, que garanticen a una determinada comunidad los medios para la subsistencia (fuentes hídricas, tierras fértiles, riquezas mineras y posiciones estratégicas para la defensa y el ataque).No obstante, las ambiciones individuales y colectivas muchas veces desbordan las necesidades básicas de bienestar y se extienden hasta la conquista y el dominio de regiones vecinas, que tienen desventajas defensivas. Es a partir de allí que surgen los enormes imperios que subyugan y conquistan a sangre y fuego los países cercanos. La historia, en su mayoría, la han escrito los grandes colonizadores, que han provocado tristemente mucho sufrimiento, como sucedió con los imperios británico, mongol, ruso, español y las dinastías Chinas Qing y Yuan.
Junto a los actos de barbarie de estos imperios, que han teñido de sangre la historia de la humanidad, están los seres que individualmente o agrupados en escuelas, religiones o filosofías han reflexionado sobre el valor y el sentido que tiene la existencia. Parte de las tradiciones espirituales de Oriente son los grandes aportes de una figura cimera que no pierde actualidad: el filósofo y pensador chino Confucio (551-479 a.C.).
Él pregonó que cada persona tiene un papel que cumplir en la sociedad con sus deberes y responsabilidades, y la base para construirla de forma más justa y estable debe estar centrada en la educación y en la observancia de principios en las interacciones interpersonales, basados en el respeto a los padres, el fortalecimiento de las relaciones familiares y la lealtad hacia los principios de la moralidad, la bondad y la búsqueda de la armonía social. En Occidente, una de las figuras más importantes no solo en el desarrollo de la filosofía, sino en la propuesta para una organización de las sociedades fue Platón (427-347 a.C.).
Para Platón, el propósito fundamental del individuo es la búsqueda de una existencia con un ideal moral que persigue alcanzar el buen vivir o, en sus palabras, el Sumo Bien, que no es más que la práctica de la virtud no solo en lo personal, sino mucho más allá, en el marco de la polis o ciudad- Estado. Cuando se vive de esta manera, continúa diciendo el filósofo, se alcanza un nivel de felicidad y bienestar, con un control adecuado del alma, que él denomina “justicia como ideal de vida”. Entonces, se puede afirmar que por muy difíciles que sean las circunstancias externas o internas, el individuo puede desarrollar una serie de mecanismos internos que le permiten un buen vivir.
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