Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Lo que existe en cualquier lugar del universo tiene un propósito. Descubrir cuál es, en el caso del individuo y de la especie humana, ha sido un tema de reflexión que ha acompañado la civilización desde que existen registros gráficos.
En el momento actual, con la incertidumbre que hay globalmente por los enfrentamientos entre países, las pugnacidades, las luchas por el reconocimiento de los derechos de la persona o de grupos que tradicionalmente han sido discriminados y estigmatizados, esta inquietud adquiere mayor fuerza.
En la época de la pandemia producida por el Covid-19, muchos analistas decían que el mundo iba a salir fortalecido, porque el virus nos había recordado que por muchos avances tecnológicos logrados en los últimos siglos, seguíamos siendo una especie vulnerable y a expensas de fenómenos que escapaban del control de la inteligencia humana. Concluían estos teóricos que la humanidad, luego de superar esta situación, sería más fraterna, solidaria y se preocuparía por garantizar una mejor calidad de vida a todos los habitantes del planeta Tierra.
Desafortunadamente esto no es lo que estamos viviendo: recién pasada la pandemia se inició el conflicto entre Rusia y Ucrania, y ni se diga de los horrores del enfrentamiento entre Israel y Palestina.
A lo anterior se suman los recientes informes de los organismos multilaterales encargados de la salud (como la Organización Mundial de la Salud, OMS, y la Organización Panamericana de la Salud, OPS), que muestran unas cifras francamente preocupantes respecto de la salud mental de las personas. Ha habido un incremento de más del 25 % de trastornos como la ansiedad, la depresión, la desesperanza, el suicidio, en personas en edades cada vez más tempranas.
A propósito, estudios multicéntricos (es decir, investigaciones realizadas en universidades o instituciones médicas en diferentes lugares geográficos) han revelado que una persona o una comunidad puede desarrollar una serie de mecanismos que les permitan afrontar de una manera más asertiva las contingencias de la cotidianidad. Por ejemplo, en la cultura milenaria del Japón, el país del mundo con mayor esperanza de vida (84.9 años), incorporan lo que denominan el Ikigai.
Ikigai es la razón de vivir o la razón de ser. Todo ser humano tiene su Ikigai y su misión es descubrirlo; cuando lo encuentre, alcanza estabilidad y equilibrio interior. ¿Cómo se puede lograr? A través de la búsqueda interior, que se facilita cuando en el estilo de vida se incorpora lo siguiente: mantenerse activo, tomarse las cosas con calma, no comer en exceso, rodearse de buenos amigos, estar en buena forma física, sonreír, reconectar con la naturaleza, vivir el momento, hacer lo que te apasiona y, finalmente, dar siempre las gracias por el milagro de la existencia. Indaga en ti, descubre tu Ikigai y tendrás mejores elementos para enfrentar las contingencias que la vida plantea a todo ser viviente.
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