Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
El principal reto que tiene un individuo de cualquier especie es aprender a preservar su vida. Esta es la principal razón por la cual desde el mismo momento del nacimiento los seres vivos vienen con una información genética que les permite defenderse de las agresiones del medio externo.
Quien nace sin el desarrollo de los mecanismos primarios de defensa que son los reflejos, no tiene posibilidades de sobrevivencia en un entorno que es hostil por las demandas que plantea. Esta lucha no termina con el crecimiento físico: ¡No! Lo que sucede (hago referencia al humano) es que comienza a desarrollar una serie de mecanismos mediados por los aprendizajes de pautas culturales, pero en el trasfondo siempre estará presente un impulso o un sentimiento básico que le permite defenderse de manera automática cuando se siente agredido.
Sigmund Freud (1856-1939), el creador de la teoría psicoanalítica denomina a esta experiencia la ansiedad, que no es más que la tendencia innata del humano a huir de lo que potencialmente puede ser dañino, que atenta contra su integridad o amenaza la supervivencia.
En la columna anterior analizaba el fenómeno de la incertidumbre que se está presentando cada vez con mayor frecuencia en la civilización actual generada en primera instancia por el largo período de pandemia que puso en peligro la vida del individuo, pero también de sus seres cercanos; lo cual ha permitido que haya una cantidad importante de secuelas a nivel psicológico y emocional.
Los que trabajamos en acompañar a las personas para que superen tantas contingencias de su ciclo vital, recurrimos a medicamentos o intervenciones diversas mediadas por la palabra, los ejercicios, y en general, damos recomendaciones sobre cambios en el estilo de vida.
Ahora bien, en los últimos años hay una tendencia que cada vez está tomando mayor fuerza y que utilizan los terapeutas en su propósito de brindar herramientas a las personas para que ellas mismas contribuyan a su mejoría utilizando una metodología tan antigua como la humanidad: el razonamiento. Esto es, analizar las situaciones generadoras de conflictos utilizando los principios de la filosofía, pero no desde lo abstracto, sino desde la práctica cotidiana.
La publicación en 1999 del libro del filósofo canadiense, Lou Marinoff (1951-), Más Platón y menos prozac, marcó un hito muy importante porque puso a reflexionar a muchas personas, incluyendo a los terapeutas sobre la importancia de utilizar los principios de muchos filósofos que a lo largo de la historia han tratado de explicar los fenómenos concernientes a la condición humana, pero, el mérito de este autor fue desmitificar toda esta información y colocarla al beneficio del ciudadano del común, esto es, la filosofía práctica para ayudar a paliar el sufrimiento de la existencia. Así es que, mi querido lector: métale filosofía a la vida. Tome en sus manos un buen libro de filosofía de su autor favorito y en la medida en que lo lea, póngalo al servicio de su autoconocimiento y bienestar, le aseguro que será una experiencia maravillosa.
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