Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Cuando una persona es sometida a cualquier tipo de violencia de orden físico, psicológico o social, desarrolla una serie de mecanismos defensivos que le permiten adaptarse a la dolorosa realidad.
Sin embargo, si no realiza ningún proceso encaminado a entender y sanar las experiencias traumáticas, estas terminan por convertirse en su norma de vida y determinar la forma en que el sujeto se relaciona consigo mismo y con los demás.
El antiguo aforismo atribuido al matemático y filósofo griego Pitágoras (569-495 a.C.) “educad a los niños y no tendréis que castigar a los hombres” refleja exactamente lo que han develado las investigaciones de la psicología moderna: una persona sometida a las violencias en sus primeros años tiene una mayor tendencia a incorporar y replicar estos comportamientos en su vida adulta, salvo que realice un esfuerzo consciente por reconocer y cambiar estos patrones con los cuales fue educado.
Este concepto debería ser uno de los ejes cardinales de las políticas públicas para enfrentar fenómenos tan complejos en el acontecer nacional como el maltrato de niños, mujeres, ancianos y personas en situación de vulnerabilidad.
La historia de nuestro país tiene elementos comunes que, sin duda, deben considerarse y estudiarse si se desean conocer muchos de los comportamientos que tenemos los colombianos a la hora de interactuar socialmente: la escalada de violencia, la exclusión, la explotación y el no reconocimiento de los derechos a una franja muy numerosa de compatriotas.
Hay que reconocer que, a lo largo de la historia nacional, han sido innumerables los hechos cruentos, como el exterminio masivo de quienes ocupaban estas tierras a la llegada de los españoles, el largo y doloroso proceso de esclavización de personas arrancadas de su África natal, la exclusión hacia los descendientes de estos grupos para que participaran en la toma de decisiones en los destinos patrios.
Como corolario de estos sucesos, se puede afirmar que el alma colectiva se encuentra herida, y ello se manifiesta a través de las expresiones en redes sociales caracterizadas por el odio y el resentimiento contra grupos de compatriotas que tienen una forma de pensar diferente.
Sanar el alma nacional implica un esfuerzo de cada colombiano para entender y aceptar que es parte de un gran eslabón que se ha ido formando a lo largo de la historia, en un proceso permeado por la violencia, la exclusión y la injusticia.
Para alcanzar esta meta, es requisito que las instituciones implicadas en tales atrocidades del pasado (ver el Estado, la Iglesia, el Ejército) las reconozcan a través de sus representantes; pero también es necesario que los actores actuales, como grupos al margen de la ley, las Fuerzas Militares y el mismo Estado, se comprometan con el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, como lo plantea el acuerdo de La Habana firmado en el 2016.
En el caso de las víctimas, el perdón es la única vía no solo para sanar el alma colectiva, sino para alcanzar la paz que anhelamos la gran mayoría de los colombianos.
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