Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Como se piensa, se vive. Los desarrollos que han tenido las neurociencias y los enfoques psicológicos centrados en el poder de los pensamientos sobre el funcionamiento del ser humano, tanto en la salud como en la enfermedad, han demostrado cada vez con mayor precisión que la manera como una persona estructura el mundo en su mente determina no solo sus actividades cotidianas, sino mucho más allá de esto: los éxitos, los fracasos, el mantenerse saludable o padecer diversos tipos de enfermedades.
Hasta hace pocos años, este concepto era aceptado y utilizado por un número de personas muy reducido, quienes tenían características comunes: la gran capacidad de reconocerse a sí mismos, no aceptar los paradigmas vigentes en la comunidad o haber tenido experiencias no ordinarias que transformaron sus vidas. Ahora bien, los profesionales que aplicaban estas metodologías resultaban todavía más escasos y eran vistos en los círculos académicos como sujetos raros y con poca credibilidad en las opciones terapéuticas que ofrecían.
Esto ha cambiado para bien del desarrollo de la ciencia, que cada vez ofrece mayor apertura para analizar las propuestas denominadas alternativas. Esta aceptación ha sido el resultado de evidencias contundentes acerca de la importancia que tienen en este caso las emociones en la vida de las personas.
En lo que se refiere específicamente al tema de la salud y la enfermedad, el área de la psicología y de las neurociencias que estudia la emocionalidad humana ha encontrado que cuando un sujeto experimenta una emoción, esta tiene representaciones o manifestaciones a nivel orgánico y de la conducta.
Según las respuestas, se han dividido en dos grandes grupos: las negativas (producen malestar y, a largo plazo, cuando no son gestionadas adecuadamente, disfunciones o enfermedades), y las positivas, que provocan experiencias subjetivas de bienestar. Las emociones negativas básicas o primarias son: ira, miedo, tristeza y asco. Por su parte, la culpa se considera como una de las emociones negativas secundarias.
La culpa no gestionada es una fuente importante de enfermedad. Son muchos los estudios que demuestran que la persistencia de la culpabilidad a largo plazo puede ser el origen o un factor precipitante de muy diversos trastornos como: gastritis, alteraciones del colon, hipertensión arterial, dolores de espalda o de cabeza, pero también de estados más complejos como la activación de procesos inflamatorios, baja del sistema inmunológico y una gama importante de alteraciones psicológicas, entre ellas la ansiedad, la depresión y otros trastornos psicosomáticos.
La resolución adecuada de esta emoción no solo libera al individuo de una pesada carga que no tiene por qué llevar, sino que le produce beneficios como la mejora de su autoestima y lo previene de alteraciones que pueden minar su salud integral. ¡Dile adiós a la culpa!
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