Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
La historia del consumo de sustancias psicoactivas se ha caracterizado por los mitos que giran alrededor de las personas que han desarrollado el uso problemático de drogas, e incluso, sobre quiénes lo hacen de manera ocasional o recreativa.
Van desde porqué un individuo se pone en contacto por primera vez con la sustancia y adquiere una dependencia hacia ella, hasta las estrategias que se deben utilizar para ayudarlo a que abandone este hábito. En el primer caso -porqué una persona se inicia en el consumo-, en una franja muy grande de la población y todavía en algunas fundaciones o centros de rehabilitación persiste la peregrina idea de que una persona se vuelve adicta por su falta de carácter o, puede ser también, porque no es creyente y no le tiene temor a la voluntad divina, o, incluso, por ser alguien con un comportamiento inmoral en la relación consigo mismo, con la familia y con la sociedad.
En concordancia con la creencia anterior, el “tratamiento” que proponen las instituciones ya mencionadas tiene como eje principal el absoluto desconocimiento de la dignidad que tiene todo ser humano, que es la base de una sociedad respetuosa de sus derechos; por esa razón se utilizan estrategias basadas en castigos, represiones, insultos y todo tipo de vejámenes, que terminan por convertir a una persona que padece un trastorno o una alteración secundarias al consumo de drogas en un sujeto marginal, a quien se le debe dar un trato de tipo carcelario para “derrumbar su ego y dominar su carácter”.
A este sujeto, la sociedad le vulnera sus más elementales derechos, se le discrimina, estigmatiza y se trata con prejuicios de toda clase. ¡Aún en muchas ciudades del país se les considera “desechables” y se organizan grupos de limpieza social para su extinción! En el trabajo clínico con personas que padecen un trastorno relacionado con uso de sustancias tengo la oportunidad de acompañar en su dolor a padres o familias enteras a quienes les asesinan a un ser querido por esta circunstancia.
El enfoque actual reconoce evidencias científicas claras sobre la génesis del consumo de drogas: vulnerabilidad genética, alteraciones neuroquímicas, disfunción en circuitos cerebrales de recompensa, factores psicológicos individuales y aspectos sociales.
Una atención integral implica el reconocimiento de estos factores, y, por lo tanto, las estrategias deben estar encaminadas a individualizar la atención (no existen dos consumidores de drogas iguales); asimismo, deben tener un enfoque basado en los avances de las neurociencias y considerar el trabajo interdisciplinario, multidisciplinario y transdisciplinario; y, especialmente, todo este arsenal terapéutico debe girar alrededor del reconocimiento del individuo que consume drogas como un sujeto con plenos derechos, al que se debe dar un tratamiento humanizado.
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