Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
Sea lo que fuere que una persona esté desarrollando en un momento preciso de su vida es el resultado o la sumatoria de acciones cotidianas, que finalmente configuran lo que ha logrado: el oficio que desempeña, las relaciones interpersonales y el reconocimiento de su grupo social.
Con respecto al destino de cada individuo, hay dos concepciones que se contraponen: por un lado, están quienes lo conciben como algo que no depende de la persona, sino que es dictado por un poder o una instancia que trasciende cualquier acción humana; por esa razón, siempre esgrimen argumentos del siguiente tenor: “Si Dios quiere, lograré alcanzar esa meta que me he propuesto” o “si las circunstancias y el destino lo permiten, voy a conseguir este sueño que tengo para mi vida”.
En el otro espectro están quienes consideran que cada persona es constructora de su propio destino, sin tener en cuenta circunstancias internas (enfermedades o deficiencias) o externas (país de origen, situación socioeconómica o experiencias traumáticas a lo largo del ciclo vital).
La situación de Maritza nos puede ayudar un poco a entender lo que acabo de expresar. Ella es una joven de 17 años que asistió por primera vez a consulta de psiquiatría porque no duerme, se siente aburrida, no le encuentra sentido a su vida y ha tenido pensamientos reiterativos de acabar con su vida. Entre sus antecedentes está que desde los 14 años la han tratado médicamente por padecer alteraciones mentales que han diagnosticado como un trastorno afectivo bipolar.
Con la medicación mejoró un poco sus síntomas: sin embargo, tuvo un aumento de peso significativo, y, a partir de los 15 años, comenzó a tener dolores severos en las extremidades con varias fracturas óseas, lo cual fue valorado como una fibrosis osteofibrosa esclerosante, una enfermedad bastante rara que se caracteriza por que el tejido óseo es reemplazado por tejido fibroso y el hueso afectado se fractura o se deforma. Ese día, al final de la consulta le preguntó al terapeuta: “Dígame usted, Dr., ¿qué he hecho yo tan mal en la vida para que me pasen tantas cosas?”.
No hay duda de que a Maritza le ha tocado batallar contra situaciones complejas a su corta edad, y su inquietud es bastante frecuente en personas que atribuyen estos eventos a mala suerte o, también, a una mala jugada que les está cobrando el destino. Al respecto, quiero plantear que a lo que coloquialmente se ha llamado destino no es algo ni bueno, pero tampoco malo; se trata de eventos que cada ser vivo debe recorrer como cumplimiento de un mandato que es externo a él y que no puede controlar (valga aclarar, por ejemplo, que las enfermedades de esta joven tienen un componente genético muy importante).
Dichos eventos están en interacción permanente con el libre ejercicio de la voluntad, que constituye un estilo de vida en el caso del ser humano. En esa medida, entender esto permite afrontar de una manera más racional las intrincadas experiencias vitales a las que están sometidos los organismos vivientes. www.urielescobar.com.co
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