Foto archivo: Periódico El Heraldo de Barranquilla |
Por Claus Adara – Desde el Caribe
El presidente saliente, Iván Duque, tiene varios méritos. El primero y más contundente, es haber logrado acabar con la imagen de su mentor y protector Álvaro Uribe, algo que no pudieron sus más acérrimos críticos nacionales e internacionales.
El segundo mérito, es haber debilitado su propio partido político, el Centro Democrático, hasta convertirlo apenas en un adorno en la brega electoral. El tercer mérito, es haber desplazado a Andrés Pastrana y Guillermo León Valencia, del pedestal del peor presidente de los últimos cien años, para ocuparlo él.
El cuarto mérito, es que su incapacidad para gobernar y sus deficiencias como líder, fueron pavimentándole el camino a Gustavo Petro hacia la Casa de Nariño, y haciendo que las elecciones presidenciales fueran tanto un plebiscito de rechazo a su mandato, como la exigencia de un profundo cambio institucional y un grito de esperanza para derrotar la corrupción, que en el gobierno Duque llegó a niveles insospechados y desvergonzados.
Estos comentarios no son sorna. Son la pura verdad. Duque nunca debió ser Presidente de Colombia, pero el poder uribista se impuso y con ello, paradójicamente, cavó su propia tumba, pero también sumió al país en una situación social, económica y de orden público dramáticas.
En general, todo lo que hizo Duque, lo hizo mal, incluso por el único tema que se le aplaude, la gestión contra la pandemia, donde por razones políticas, quién lo creyera, no quiso utilizar desde el principio la vacuna Sinovac, contrario a lo que ocurrió en los países vecinos. Finalmente accedió, pero fue tarde para miles de personas.
La doble postura del presidente saliente en torno a la paz y el medio ambiente, le restó respeto en la comunidad internacional y desprecio entre los colombianos, que en una mayoría abrumadora, de acuerdo con las encuestas, rechazaron su gestión durante todo su periodo.
Mientras la selva era destruida, se otorgaban licencias para explotar minas en los páramos y hacer pilotos de fracking, Duque viaja anunciando que Colombia era un ejemplo de protección del medio ambiente. En tanto pronunciaba discursos encendidos, decenas de líderes ambientales morían por defender la naturaleza y el Congreso se negaba sistemáticamente, con el visto bueno del ejecutivo, a aprobar el tratado de Escazú.
Y sobre la paz, el resultado no puede ser más desalentador y desolador. El Presidente se tomó en serio la frase de “hacer trizas la paz”, y a fe que lo logró.
En el aspecto social, la pobreza y la miseria se tragaron a 21 millones de personas, mientras la economía presenta resultados positivos, pero concentrados en muy pocos sectores, y beneficiando a poquísimas familias.
Le faltan sólo unas horas a Iván Duque para abandonar un cargo que nunca debió ocupar y que tanto mal le ha ocasionado a Colombia. Ojalá el nuevo gobierno no siga su camino ni su ejemplo.
Nota: Esta columna de opinión es responsabilidad directa de su autor
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