Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
El hombre nace bueno en su naturaleza esencial y es la sociedad la que lo corrompe. Este planteamiento del escritor y filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) se ha discutido a lo largo de la historia y sirve como base para tratar de comprender la conducta del ser humano en relación consigo mismo y con el colectivo en general.
Este pensador seguía argumentando que el amor hacia sí mismo, la compasión y el hecho de no tolerar el daño a sus semejantes eran los sentimientos básicos con los cuales la naturaleza dotaba a los animales humanos. Ahora bien, son los imperativos de una sociedad los que, finalmente, lo pueden convertir en un ser malo y perverso.
Esto explicaría de manera general los comportamientos violentos y destructivos tanto individuales como colectivos. En un intercambio epistolar, un grupo de compañeros me planteó una inquietud que, como dije anteriormente, forma parte de las reflexiones que han acompañado la historia de la civilización: ¿somos seres buenos por naturaleza y aprendemos la maldad? O, al contrario, como sostienen algunos estudiosos, ¿somos seres perversos por naturaleza y la sociedad nos va conteniendo?
Debemos reconocer los aportes que Sigmund Freud (1856-1939) hizo para comprender este fenómeno. Para él, la perversión había que separarla de conceptos religiosos y morales basados en las denominaciones del bien y del mal. En sus estudios sobre el desarrollo psicoemocional del ser humano encontró que los niños disfrutaban con actos aparentemente malos o perversos, pero que no eran más que expresiones de su herencia ancestral animal.
Tenemos, entonces, dos elementos claves para tratar de entender esta situación. El primero, es que se concibe al niño como alguien que viene dotado de pureza, bondad y amor; el segundo, que nace con instintos donde hay un elemento que es clave: la supervivencia. La evolución humana está basada en la capacidad que debe desarrollar un individuo para sobreponerse a un medio que le es hostil, y por esa razón, los actos del niño como morder al seno que lo alimenta o llorar de manera incontenible y con mucha rabia cuando siente que su estabilidad es vulnerada o corre peligro su existencia.
La reflexión final es que el ser humano no nace “bueno”, porque la base de su supervivencia (que es el mandato primario de todo ser vivo) es luchar para sobrevivir, y si no lo hace con toda su energía, estaría condenado a su propia extinción. ¿Cuál es el rol que cumple la sociedad? Enseñarle al niño a modular sus tendencias innatas y a que introyecte que es un ser que no puede hacer lo que le dicten sus pasiones naturales, sino que debe reconocer los derechos de los demás.
La bondad, la compasión y el amor los adquiere el adulto a través de un proceso personal de evolución de su conciencia. Este desarrollo no es y no puede ser colectivo, sino el resultado de una indagación individual de autorreconocimiento.
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