Por Uriel Escobar Barrios, M.D.
El nivel de salud mental de un individuo, de una comunidad o de un país se puede analizar de forma bastante objetiva a través de indicadores que se miden a lo largo de un tiempo determinado. Tales datos suelen compararse con los resultados obtenidos en otros períodos similares para saber si la salud mental se ha deteriorado o, por el contrario, ha tenido avances significativos.
Recientemente, Medicina Legal presentó información sobre un indicador muy sensible como es el suicidio: en 2021, entre enero y noviembre, en Colombia se suicidaron 2350 personas, la cifra más alta de la última década; de este número, 1903 fueron hombres y 447 mujeres. También revelaron que el rango de edad donde más se presentó este fenómeno fue 20-24 años, con un total de 335 víctimas.
Ninguna de estas cifras revela, por supuesto, el profundo dolor que padece una persona cuando decide acabar con su vida, y mucho menos, el manto de sufrimiento de familiares y supervivientes cercanos, sobre todo tratándose de seres tan jóvenes, que se supone deberían estar llenos de ilusiones por construir su futuro.
Se podría considerar que esto es apenas la punta del iceberg de una severa problemática que subyace al comportamiento general de los colombianos, expresado en: homicidios, violencia intrafamiliar, feminicidios, discriminación y estigmatización. Hay un tipo de violencia que carcome el alma nacional, y la podemos ver cotidianamente a través de las redes sociales: los discursos o expresiones de odio entre los seguidores de uno u otro candidato.
¡Gana más puntos en las encuestas quien más atiza el fuego de insultar o invalidar las opiniones del contendor! ¿Qué demuestra este fenómeno que peligrosamente caldea el debate político actual? Que la discusión se está desplazando no hacia el terreno de las ideas, la reflexión y el respeto por la dignidad del contradictor, sino al escenario de las reacciones más primitivas de los electores.
Las alarmas están encendidas, y el deber que tenemos como colombianos es no contribuir con los odios entre unos y otros, porque la salud mental de un individuo y de una comunidad también se mide por los comportamientos que tiene una persona consigo misma, los cuales proyecta en las relaciones con los demás: el respeto y la aceptación hacia el que actúa y piensa diferente, la no estigmatización, la no discriminación y la no agresión bajo ninguna circunstancia.
Que el sueño de Martin Luther King florezca en nuestro país: “Yo tengo el sueño de que un día, en las coloradas colinas de Georgia, los hijos de los ex esclavos y los hijos de los expropietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad. Yo tengo el sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”. www.urielescobar.com.co
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