Al terminar los ajetreos de cada día, la persona se entrega al sueño reparador, período durante el cual no hay una desconexión de las impresiones y las vivencias cotidianas, sino que se produce un proceso de análisis, elaboración y decantación de todo lo experimentado durante esta jornada.
El amanecer que sigue a la noche es el comienzo de una realidad distinta, en la cual el individuo se proyecta consciente o inconscientemente hacia lo que ha de ser su futuro. Esquemáticamente se podría decir, de acuerdo a este análisis, que al final del día el ser muere ante una realidad que ha vivido y renace para una nueva experiencia cuando retoma la conciencia plena de la vida que comienza en ese mismo instante.
Y a todas estas, ¿qué sucede con el pasado y con los aprendizajes que se han acumulado? Existen dos posibilidades bien distintas, y de acuerdo al camino que se elija, así será la construcción del futuro de quien en libertad ha escogido uno u otro.
La primera opción es seguir recorriendo el mismo camino señalado como correcto por la sociedad, los padres o las figuras de identificación. Este es el camino más cómodo o fácil, porque no implica ninguna ruptura con el establecimiento: la persona que lo sigue, vive con la nostalgia de las enseñanzas recibidas y se acoge al precepto de “todo tiempo pasado fue mejor”.
El filósofo y sociólogo alemán Herbert Marcuse, en su renombrado libro El hombre unidimensional, plantea de manera lúcida cómo el individuo es “absorbido” por los paradigmas de la sociedad y pierde su sentido crítico, al verse sometido por una cultura que le ofrece una falsa felicidad basada en la adquisición de bienes de consumo, y le dice que cuanto más posee, mayor será su estatus y reconocimiento.
La acumulación de bienes por parte de unas élites que detentan el poder económico, político y de información finalmente produce grandes masas de población cada vez más empobrecidas y sin opciones de tener una vida digna. Los movimientos sociales de los últimos años en diferentes países del mundo son una expresión de la injusticia y la falta de oportunidades, a expensas de poblaciones cada vez más jóvenes.
El segundo camino es transitado por personas que se atreven a reinventarse cotidianamente, que derriban paradigmas, que son críticos de un orden social que discrimina, estigmatiza y vulnera los derechos de grandes franjas de población.
Estas son personas cada vez más conscientes de que la verdadera felicidad del humano no se consigue con la acumulación de bienes de consumo o siguiendo ciegamente los dictados de una sociedad, sobre todo cuando ella va en contravía del eje fundamental sobre el cual debe descansar una sociedad incluyente y fraterna con todos sus habitantes: preservar el bienestar del ser humano por encima de cualquier otra consideración. La mayor riqueza a la cual puede aspirar un país es respetar y proteger la dignidad de cada uno de sus habitantes. www.urielescobar.com.co
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