LA EDUCACIÓN SITIADA
Por: Uriel Escobar Barrios, M.D. *
Magda Deyanira Ballestas es una mujer colombiana que puede pasar desapercibida si solo observamos la actividad que lleva a cabo: desde hace 32 años trabaja enseñando, como cualquier otro docente del municipio de San Pablo, al sur de Bolívar. Pero lo que la hace especial es su convicción de vida.
Magda Deyanira le enseña a sus estudiantes la urgente necesidad que tenemos los colombianos de luchar por alcanzar la paz y oponernos a todo tipo de violencia. Sin embargo, un día recibió una llamada que cambiaría el rumbo del apostolado que con tanto amor dedica a sus estudiantes. Al otro lado de la línea telefónica, el principal cabecilla de uno de los grupos dedicados al narcotráfico y a la minería ilegal le dijo: “Se tiene que ir de la región o la asesinamos”.
Con valentía le preguntó a quien la amenazaba: “¿Acaso trabajar es malo? ¿Elevar el nivel educativo de la gente le hace daño a alguien?”. Como respuesta recibió todo tipo de improperios y la reiteración de la amenaza de muerte. Tras poner la denuncia, la decisión que tomaron las autoridades del departamento de Bolívar quedó plasmada en las palabras del gobernador: “Se llevó a cabo un convenio para trasladar a la docente a otro municipio”.
¡A buen entendedor, pocas palabras bastan! Quienes deben proteger a los ciudadanos –en este y en muchos otros municipios del país– le han extendido una patente de corso a los que delinquen, para que hagan lo que a bien tengan con la vida de las personas que están colaborando diaria y silenciosamente en la construcción de un mejor país.
Entonces, que no nos extrañe la muerte de Holman Mamián, en Cauca, de Evelia Atencia Pérez y Hernando Manjarrez, en la Guajira, y de Delmairo Reyes, en el Valle del Cauca, ocurridas en el último mes, por ejercer una de las profesiones que entrañan mayor peligro en Colombia: ser docentes.
¿Qué se puede esperar de un país en donde uno de sus máximos dirigentes dice textualmente que “lo único que tienen los profesores es la fuerza de la calumnia”? (discurso en Anserma, Caldas, el 28 de abril pasado). Sin duda, si no mejoramos la educación y protegemos a quienes la imparten, nuestro amado país estará condenado a “no tener una segunda oportunidad sobre la Tierra”, como nos lo recuerda Gabriel García Márquez en su colosal obra Cien años de soledad.
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