EL MENSAJE QUE JESÚS TAJO AL MUNDO
Por: Uriel Escobar Barrios, M.D. *
Belén es una pequeña ciudad de Palestina que actualmente cuenta con 25.266 habitantes. Allí, hace 2022 años, probablemente el 21 de agosto, nació un niño que fue bautizado con el nombre hebreo de Yehosúa o Yeshua, que traducido a nuestra lengua es Jesús (el salvador), en un hogar conformado por José Bar Elí –un venerable y respetado anciano–, y por María –una joven de 15 años–.
Desde sus 5 años, según la tradición reinante, formación y educación de Jesús estuvo a cargo de su padre, quién además de reconocido carpintero y contratista de éxito, era un versado lector e intérprete de las escrituras sagradas. De hecho, fue a partir de un texto que la familia trajo de Alejandría (Egipto), donde vivieron durante algunos años, que Jesús se interesó por indagar sobre los misterios del ser humano y su relación con la divinidad.
Cuando José falleció, Jesús con apenas 14 años se dedicó a trabajar con ahínco para sacar adelante a su madre y hermanos; sin embargo, esto no fue un impedimento para proseguir con el estudio de las escrituras hebreas, que incluían las leyes, los profetas y los salmos. En ese entonces, era habitual que las personas se congregaran a su alrededor para escuchar las sabias interpretaciones que hacía de ellas a tan tierna edad.
Así se fue formando, en dichas discusiones y con la rara habilidad que tenía para entender la naturaleza humana, y a sus 30 años se dedicó por completo a promulgar la buena nueva: “Que os améis los unos a los otros; que como Yo os he amado, así también os améis los unos a los otros” (Juan 13:24); el mensaje central de la venida de Cristo (el ungido).
La comunidad humana, especialmente los que vivimos en Occidente, hemos olvidado la enseñanza principal de este portentoso profeta, un ser que tuvo una experiencia personal de comunión con Dios y que la reveló a los hombres a través de su propia vida. Amado maestro, te hemos dado la espalda e ignoramos la esencia divina que anida en cada persona.
Cuando negamos aceptarnos, nos odiamos o matamos, estamos en contravía de nuestra naturaleza esencial. El día en que haya fraternidad y solidaridad con el sufrimiento del otro, habremos dado un salto cualitativo sumamente poderoso encaminado hacia la transformación de nuestras vidas, en cuya base solo puede existir el sentimiento primario que habita en todos nosotros: el amor hacia uno mismo y hacia nuestros semejantes. www.urielescobar.net urielbarrios16
*Uriel Escobar Barrios, médico psiquiatra. (Esta columna de opinión es responsabilidad directa de su autor)
Desde sus 5 años, según la tradición reinante, formación y educación de Jesús estuvo a cargo de su padre, quién además de reconocido carpintero y contratista de éxito, era un versado lector e intérprete de las escrituras sagradas. De hecho, fue a partir de un texto que la familia trajo de Alejandría (Egipto), donde vivieron durante algunos años, que Jesús se interesó por indagar sobre los misterios del ser humano y su relación con la divinidad.
Cuando José falleció, Jesús con apenas 14 años se dedicó a trabajar con ahínco para sacar adelante a su madre y hermanos; sin embargo, esto no fue un impedimento para proseguir con el estudio de las escrituras hebreas, que incluían las leyes, los profetas y los salmos. En ese entonces, era habitual que las personas se congregaran a su alrededor para escuchar las sabias interpretaciones que hacía de ellas a tan tierna edad.
Así se fue formando, en dichas discusiones y con la rara habilidad que tenía para entender la naturaleza humana, y a sus 30 años se dedicó por completo a promulgar la buena nueva: “Que os améis los unos a los otros; que como Yo os he amado, así también os améis los unos a los otros” (Juan 13:24); el mensaje central de la venida de Cristo (el ungido).
La comunidad humana, especialmente los que vivimos en Occidente, hemos olvidado la enseñanza principal de este portentoso profeta, un ser que tuvo una experiencia personal de comunión con Dios y que la reveló a los hombres a través de su propia vida. Amado maestro, te hemos dado la espalda e ignoramos la esencia divina que anida en cada persona.
Cuando negamos aceptarnos, nos odiamos o matamos, estamos en contravía de nuestra naturaleza esencial. El día en que haya fraternidad y solidaridad con el sufrimiento del otro, habremos dado un salto cualitativo sumamente poderoso encaminado hacia la transformación de nuestras vidas, en cuya base solo puede existir el sentimiento primario que habita en todos nosotros: el amor hacia uno mismo y hacia nuestros semejantes. www.urielescobar.net urielbarrios16
*Uriel Escobar Barrios, médico psiquiatra. (Esta columna de opinión es responsabilidad directa de su autor)
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